Aquella mañana la calle estaba de color naranja como si una gigante hubiera aderezado el paisaje de cúrcuma, corría una brisa templada y calmosa, me sentía bien… dejamos a Izadi en la ikastola y bajé con Huara (la perra que vive con nosotras) paseando, mientras seguía goteando aquello que empezó por la mañana entre mis piernas.
Continúe la rutina que tenía prevista, y al medio día volvimos a casa lentamente, vacilante con lo que me apetecía comer, opté por unos espaguetis a la boloñesa, no recordaba la última vez que los tomé. Casi llegando me llamó Marta, una amiga que había parido hace unos días, como si lo intuyera quería traerme unas bragas de pescadora (así las llamo yo), están hechas de una red elástica súper cómoda y te amparan hasta las pantorrillas, me vendrán bien pensé. Estuve un rato con ella y me despedí pensando en que requeriría tumbarme un poco, no tuve mucho tiempo, en seguida volvió Nacho del curro, le compartí como me sentía y subimos a por Izadi para despedirme. No sabía lo que se iba a alargar este proceso.
Según íbamos subiendo notaba cada vez más sensaciones, tuve ganas de gritar en la calle: “Estoy de parto!” pero mi cuerpo me pedía guarida, así que traté de volver a casa apresuradamente. Aún tenía algunas cosas que preparar, una vez dentro, pese a mis intentos de mantener la cabeza, las contracciones irrumpieron incesantes.
Pasé gran parte de la dilatación en el baño, junto al wáter miraba los baldosines y parecía que podía atravesarlos, no he tomado nunca un tripi, me imagino que el efecto debe ser así. Componía ciertos movimientos repetitivos y espasmódicos mientras se me disparaban algunas acciones automáticas; apretar, cagar, se rompe la bolsa, aguas limpias… además de otras sensaciones que han debido quedar en mi memoria corporal, absurdo tratar de nombrarlas. Es curioso cómo muchas de las vivencias vitales, esas que se acaban convirtiendo en nuestras leyendas, suelen pasar en sitios estrechos, transformando el destino establecido para ese lugar.
Sin verle, sabía que Nacho estaba ahí, a veces extendía una mano para palparlo, no recuerdo conseguirlo yo estaba segura de ello. Tampoco sabría decir cuando llegó Josune, sé que se acercó en algún momento y me toco el hombro, fue tranquilizador. Sumergida en esa pompa de intensidad animal me fui moviendo hasta la otra habitación, donde estaba el futon que había puesto hace ya unos cuantos meses en forma de lecho. María estaba también allí, no se desde cuándo, ellas son como luciérnagas del camino, se encienden de pronto y ponen luz en medio de la oscuridad, cuando has empezado a sentirte perdida.
Algo estaba cambiando, quería tumbarme y salir de allí… un dolor punzante y continuo me acompañaba todo el tiempo, así que empecé a empujar sin sentido, no era el cuerpo el que me lo estaba pidiendo, mi mente sí. Notaba que me estaba lastimando, no sabía cómo evitarlo. Apretaba tratando de sacar esa feroz presión que aullaba encajada entre mis huesos, mientras mi cuerpo esbozaba diferentes posturas.
Fue un momento de transición, que había abierto un espacio de polaridad apresurado cuyas caras opuestas eran confusas para gestionar; sentía cierta tensión al volver a la tierra mentalmente y al mismo tiempo había perdido la fantasía de control que me procuraron las contracciones. No hay nada conocido aquí, es entonces cuando comenzaron a llegar viejos fantasmas a visitarme.
Guardaba de mi primer parto una vivencia estampada, toqué la muerte durante unos instantes de aullidos agudos y dolor justo antes de recibir a Izadi, para vibrar con todas mis fuerzas al sostenerla finalmente con vida. Y estando allí tendida, a cuatro patas y haciendo algunas sentadillas, me invadió un miedo atroz por la mera posibilidad de que aquello pudiera pasar, esta vez con un final diferente… este temor me atosigó un rato. Quise saber si estaba ya dilatada, acerqué mis dedos, note algo duro y firme aún a cierta distancia… Josune me captó y me propuso hacer una respiración pautada, aquello se llevó esa neblina de recuerdos abrumadora y pude salir de ahí para volver a mí, a ti. Vamos a hacerlo le dije a Arai internamente, (aquí conecte con tu nombre, en realidad era el nombre que Nacho había pensado para ti)… vamos a hacerlo juntas, estoy aquí, nadie va a morir…
Lo siguiente que recuerdo es el incendio, estaba atravesando aquel aro de fuego que me descubrió mi amiga Lili hace unos siete años narrándome su primer parto, se me había quedado grabado y resucitaba ahora en mi perineo. Aquello me llenó de energía, solté el mueble que me había servido como herramienta para el cuerpo y noté a Nacho cerca de mi espalda, él me sostuvo mientras Arai iba abriéndose camino entre mi pelvis. No veía nada y por dentro todo estaba tan claro, Arai giraba y surcaba aquel canal mojado, palpitante, yo sólo respiraba. Te escuché, en seguida te escuché porque lloraste mucho, me sentía tan extenuada y embriagada que tardé un rato en reaccionar. María, con toda su finura te ayudó a llegar al suelo, cuando toque tierra fui a por ti y me derrumbe del todo para cogerte en mi regazo.
Allí nos quedamos mientras ellas, las luciérnagas, me preparaban un elixir calentito que me supo a nubes y cascada llenándome el cuerpo de vitaminas. Aquella noche, no dormí nada, ese golpe de prosperidad supurándome la piel, tu olor y todas las sensaciones es algo a lo que recurriré cuando no me apetezca subir las persianas.
Gracias a mi cuerpo, hogar tantas veces mal-tratado, a mis compañeras de vida que al creer en mí hacen que yo lo pueda hacer también y a todas las que como Magale, están tratando de cambiar hegemonías de lo común.