«Me hubiera perdido esta maravillosa experiencia de parir de verdad, dejando hacer a mi cuerpo, sin miedo, sintiendo, como la mamífera que soy.»

Siempre pensé que el parto en casa era cosa de hippies. Algo peligroso. Porque todo el mundo sabe que para parir bien, sin riesgos, hay que ir a un hospital y hacer lo que digan los médicos, que son los que saben. Eso es lo que yo pensaba hasta que me quedé embarazada por segunda vez. Sí, sí, por segunda vez.

La primera hice todo lo que había que hacer: clases preparto para aprender a respirar y empujar, etc. Si alguien me preguntaba si me iba a poner la epidural mi respuesta era clara: Por supuesto, yo no quiero sufrir. Y así pasó todo el embarazo, esperando que el parto pasase rápido y me dieran a mi niña sana y salva sin haber pasado demasiados dolores. Por desgracia el embarazo se alargó y en la semana 42 me indujeron el parto. Oxitocina a chorro, rotura de bolsa, monitorización interna, un montón de tactos, epidural, gente entrando y saliendo de la habitación sin explicarnos nada y al final cesárea. Nada de acompañante en quirófano, ni piel con piel ni nada de nada. Se llevaron a la niña y la conocí en neonatos al día siguiente. ¿Esa era mi hija? Vale, de acuerdo. Lactancia artificial. El pack completo. Como la niña y yo estábamos bien no le dí mayor importancia, las cosas habían salido así, y seguí con la crianza y con mi-nuestra nueva vida.


Sin saberlo tenía una cicatriz en el alma además de en la tripa. Una cicatriz por el parto perdido. Decidí que no quería volver a pasar por lo mismo.

 

Cuando nos planteamos tener otro hijo se me encendieron todas las alarmas y todo lo vivido salió a la superficie. Sin saberlo tenía una cicatriz en el alma además de en la tripa. Una cicatriz por el parto perdido. Decidí que no quería volver a pasar por lo mismo a no ser que fuese realmente necesario y empecé a investigar. Encontré la Asociación El Parto es Nuestro y una lista de internet Apoyocesareas en la que mujeres con cesáreas traumáticas contaban sus experiencias y cómo afrontaban nuevos embarazos y partos.

Esta vez quería un parto natural, pero tenía que encontrar un lugar donde poder tenerlo ya que en el hospital no me iban a dar libertad teniendo una cesárea anterior. Así apareció la idea del parto en casa. A mi pareja no le gustó demasiado la idea pero después de pensarlo bien decidió apoyarme porque sabía que en el hospital no iban a respetar mis deseos y teníamos muchas papeletas de que la historia se repitiese. Además a él tampoco le gustó el desarrollo de nuestra experiencia hospitalaria. 

La búsqueda de equipo de matronas no resultó fácil pero al final di con Josune, Clara e Irene. No tenían problema con mi cesárea ¡Yuju! Ahora mi gran miedo era no ponerme de parto antes de la 42. Las matronas desplegaron conmigo todo el abanico conocido de remedios para ayudar a que el embarazo no se eternizase y dos días antes de salir de cuentas me puse de parto.

El miércoles por la noche sentí las tripas raras, como si me hubiese sentado mal la cena. Me metí en la cama y empezaron las contracciones. Estaba contenta porque mi cuerpo funcionaba (nunca había tenido contracciones naturales) y asustada a la vez (pensando que me pasaría de fecha no había preparado casi nada para no agobiarme). Las contracciones eran muy irregulares y algo molestas. Dormí lo que me dejaron y al día siguiente seguía igual. Avisé a las chicas sabiendo que la situación podía durar días. Seguí con mi rutina normal, llevar a la niña al cole, compra, comida, etc. Las contracciones me acompañaron a lo largo del día. No quise cronometrar nada, no quería pensar, sabía que podía tardar mucho.

A las 8 de la tarde comenté por teléfono no sé si  con Josune o Clara la situación. Las contracciones seguían igual, molestas pero llevaderas y no eran regulares. Me animaron y lo dejamos ahí. Una hora después la situación era bien distinta. La maquinaría se había puesto en marcha y no parecía que fuese a parar. Les avisamos. Me metí en el baño y  me senté en la taza, que era lo que me pedía el cuerpo. Estando allí llamó Josune para ver cómo iba. Me preguntó cómo me encontraba, la frecuencia e intensidad de las contracciones y mientras hablábamos tuve que cortar porque venía una, cuando recupere la voz ella solo dijo: Ahora vamos.

Seguía en el baño cuando llegaron. Recuerdo que Clara me preguntó cuánto llevaba allí sentada y no supe contestar. Había perdido las referencias temporales y solo pensaba en respirar durante las contracciones. Me encontraba bien, las contracciones dolían pero respirando eran soportables.  Pusimos velas y apagamos las luces del baño, me daban la mano, controlaban que todo estuviese bien (constantes, latido, tensión…) pero sin molestar. Eran como dos fantasmillas moviéndose por casa sin hacer ruido.


Hacía un rato que en un pujo había roto la bolsa. Las aguas estaban claras y la niña aguantaba las contracciones muy bien, mi cicatriz no daba señales de nada.

 

Me convencieron para entrar en la ducha. ¡Qué gusto! Agua calentita. Me dejé llevar por las contracciones. Me colgaba de la mampara y movía las caderas. Se estaba bien hasta que me aburrí. Vuelta a la taza del wáter. Ahora con algunas contracciones empujaba, de manera involuntaria todo mi cuerpo empujaba. Les costó un poco, había encontrado mi postura en el baño y me daba miedo moverme y que me empezase a doler más,  pero consiguieron sacarme del baño y llevarme a la sala donde habían preparado la pelota y un aperitivo para coger fuerzas. Es curioso, pero en ningún momento pensé que estaba de parto, que ese era el PARTO que tanto había esperado. Simplemente una cosa fue sucediendo detrás de otra y cuando me quise dar cuenta estaba a cuatro patas apoyada en la pelota dándole la mano a mi pareja, K, que hasta ahora se había estado ocupando de nuestra otra hija, y tomando zumo entre contracciones.

Pregunté la hora y me dijeron que eran las 2 de la mañana, ¿solo? Ufff todavía quedaría mucho y yo ya empezaba a estar cansada. Intenté convencerlas de que me hicieran un tacto para saber cómo iba y con mucha mano izquierda me convencieron de que iba muy bien. En pleno expulsivo y yo pidiendo un tacto jajaja. Seguía pensando que estaría de unos 7 cm sin pararme a pensar que llevaba un rato empujando y esa era ya la fase final. Los pujos eran muy intensos y me dejaban sin aire pero me seguía encontrando bien. Sentía mucha presión en la parte baja de la espalda y dolor en lo riñones que me aliviaban con masajes. Hacía un rato que en un pujo había roto la bolsa. Las aguas estaban claras y la niña aguantaba las contracciones muy bien, mi cicatriz no daba señales de nada, K estaba tranquilo, las miradas de todos decían que  todo iba bien.

Entre contracciones hablábamos y nos reíamos. Durante las contracciones todos respetaban mi momento y reinaba el silencio hasta que yo volvía a hablar. Levantaba la cabeza y veía la mirada serena de K mientras me daba la mano. Lo estábamos haciendo bien.

Yo notaba escozor con cada pujo. La cabeza ya estaba asomando. Me explicaron que ya no quedaba mucho y que cuando me lo dijesen tenía que dejar de empujar para que la niña saliese despacito. ¡Ya! ¿Qué? ¡Vamos a ser aitas otra vez! Resulta que todo el mundo sabía que el nacimiento era inminente menos yo. En bromas les dije que me habían mentido y nos echamos todos a reír.

– ¿Quieres tocar la cabeza? 
– Deja, deja que yo empujo jajaja. Venga que queda poco.
– ¿Cuánto?
En dos contracciones está fuera.–  dijo Josune.

Recuerdo decirme a mí misma que de dos nada, que en una salía sí o sí. Mi cuerpo empujó y esta vez yo también le ayude voluntariamente. Hasta ahora el cuerpo iba por libre. Fue el único momento en el que alcé la voz. No grité, fue más bien un Aaaaaahhh en alto porque escocía mucho. La cabeza estaba fuera. Quise incorporarme. Al momento algo resbalaba entre mis piernas y Josune recogía a Malen.

Me puse de rodillas, me quité la camiseta y cogí a mi hija. Desnudas las dos. Resbaladiza, calentita, lloraba. Ya estaba aquí. Siempre creí que en ese momento lloraría de emoción y no, la miraba con incredulidad. Miraba a K con incredulidad. Me costaba creer lo que había hecho. Lo había conseguido.


El ambiente fue genial. Relajado, íntimo, con risas, con alegría. Y afortunadamente todo salió a pedir de boca.

No eran ni las 3 de la mañana. Fue un parto rápido y muy llevadero. Tuve mis momentos de debilidad pero no fueron muchos y los ánimos constantes me ayudaron a superarlos. El ambiente fue genial. Relajado, íntimo, con risas, con alegría. Y afortunadamente todo salió a pedir de boca. K cortó el cordón, salió la placenta y me tumbé en el sofá con Malen encima. Se enganchó al pecho. ¡Otra gran alegría! Era de madrugada y todos estaban cansados. Sin embargo yo estaba más despierta que nunca. Había parido, estaba pletórica  y me sentía capaz de todo. Me lavé un poco y nos metimos los tres en la cama. Malen seguía al pecho.

Clara y Josune se marcharon, en silencio como siempre, para dejarnos descansar.

Tengo que agradecer muchas cosas a mucha gente, pero resumiendo… Gracias Clara, Josune e Irene por confiar en mí, en mi cuerpo y acompañarnos en ese proceso mágico con tanto mimo. Gracias a K por estar ahí y darme tranquilidad solo con mirarme a los ojos. Pero sobre todo gracias al hospital por mi cesárea. Sí, suena raro, pero sin ella jamás hubiese ido más allá y  mi siguiente parto hubiese sido en un potro y con epidural. Me hubiera perdido esta maravillosa experiencia de parir de verdad, dejando hacer a mi cuerpo, sin miedo, sintiendo, como la mamífera que soy.

Yolanda.