«No sé cuánto tiempo estoy en la bañera, empiezo a tener la sensación de estar drogada. Me veo desde fuera, como si no estuviera en mi cuerpo, pero siento el dolor más que nunca.»

27 de septiembre. Hoy no voy a ir a entrenar. No me puedo quejar, he estado entrenando hasta la semana 37 sin problema, adaptando el entrenamiento y disfrutando mucho de mi barriga al aire, pero hoy se me está poniendo la barriga dura al mínimo esfuerzo. Es la semana 38, aún hay margen, pero yo qué sé… No vamos a ir tan al límite tampoco. Voy a aprovechar e ir a comprar la manguera para llenar la piscina el día del parto, que basta que no vaya hoy y me ponga de parto. Lo que me iba a reír.

28 de septiembre. A las 6:20 Mikel viene a darme un beso, se va a trabajar. Me quedo goxo-goxo en la cama, con Bon y Nala a mi lado, notando como Inés se va despertando, patadita viene, patadita va. Estoy tranquila, sintiéndola, rodeándola con las manos… me gusta estar embarazada. Han sido unos meses tan buenos que me da cierta pena que esté llegando al final. Tengo ganas de verle la carita pero estoy tan a gusto con ella dentro que tengo cero prisa.

A las 6:55 me llega el mensaje de cada día de Mikel: «Estoy». Ánimo, marido, ya queda menos.

Uy, ¡que me meo! Me levanto de golpe de la cama y noto cómo sale líquido sin poder retenerlo ni un poquito. Pongo las manos y voy corriendo al baño, pero no tengo ganas de hacer pis. No jodas, ¿a que he roto aguas? Venga ya. Me da la risa floja. Me quedo quieta unos minutos, miña pequerrechiña sigue dando volteretas, todo en orden. Me limpio y hay un hilito de sangre.

Mensaje a marido a las 7:38:

Amor.
Amor.
Creo q tu hija nace en septiembre.
(carita de circunstancia)

Me contesta al segundo. No puede tener el móvil con él en su trabajo, pero se ha llevado la pulsera para que le avise cuando le escribo. Le cuento y le digo que esté tranquilo, todo está bien. Le avisaré cuando vea que esto es inminente.

Vale, a ver, poco a poco. Aviso a Magale. Les cuento las sensaciones que he tenido; ha sido muy poco líquido y no tengo ni idea de cuánta cantidad debería salir, en las películas lo exageran todo tanto… Pero ya no sale más, Inés está de jarana y no tengo contracciones. Bakartxo me tranquiliza y me dice que me llamará en un par de horas.

Yo ahora ya no puedo dormir. No hago más que reírme sola, pensando en la manguera que casi no compro, en el entrenamiento que menos mal que no hice, en el entrenador diciendo «No, no, mejor no entrenes, que no sé asistir un parto», en las risas que nos echamos ayer.

Desayuno con calma, concentrada en mi cuerpo. Me noto igual que ayer, todo en calma. Voy a intentar mantenerme ocupada para no darle vueltas, tampoco me quiero obsesionar porque esto puede durar muchas horas. Recojo la casa, lo preparo todo para el parto. Voy a colgar la estantería de Inés que compramos hace yo qué sé cuánto, porque el «al final va a nacer y aún no la hemos puesto» está a punto de ser real.

Me llama Bakartxo, hablamos un rato, me comenta que puede ser rotura de bolsa pero también eyaculación femenina, que es algo poco conocido pero suele pasar. Vete tú a saber, hace pocos días tuvimos sexo y aquello parecía una piscina olímpica… Así que nada, vamos viendo cómo avanza el día y si tengo contracciones, nos ponemos en marcha.

Voy a comer con la ama, el aita y mi abuela bonita. Ha venido para ver nacer a su segunda biznieta, amo locamente a mi Maribeni. Creo que no les voy a decir nada, no quiero que se pongan nerviosos sin motivo. Ya se enterarán cuando sea.

Durante la comida empiezo a notar contracciones. Son muy leves, la tripa durísima y un poco de presión en la zona baja del vientre, pero totalmente llevaderas. Y totalmente irregulares.

Me quedo con la ama recogiendo la cocina. «Hija, tenemos que celebrar tu cumpleaños y el del aita, cuando nazca la niña…». Mira, estoy pletórica, se lo digo.

«Mami… creo que no falta mucho para ese momento. He roto aguas esta mañana»

Se queda callada, se le empapan los ojos, sonríe. Y contra todo pronóstico, me abraza y me calma. Me esperaba cualquier reacción explosiva, pero está serena. Me anima, me dice que esté tranquila, que ya llegará, que me apoye en ellos si necesito algo. Siempre, ma.

Se lo digo a mi padre. «Papi, tu nieta no quiere estar más aquí dentro». Papi siempre serio, no dice mucha cosa, pero sé leer esos ojos y esos ojos están felices. No le decimos nada a la abuela, no queremos que se ponga nerviosa.

Vuelvo a casa andando con mi madre y mi abuela. Joder, las contracciones son muy espaciadas e irregulares, pero ya van apretando. De camino a casa, tengo que parar y respirar un par de veces, disimulando para que Maribeni no se dé cuenta.

Mikel sale de trabajar. Tiene que ir a comprar la eritromicina porque no contábamos con que la señorita naciese hoy y nos ha pillado en bragas. Me llama justo cuando estoy teniendo la primera contracción algo fuertecita, no soy capaz de contestarle porque necesito concentrarme en respirar y se asusta. Pero tranquilo, marido, todo en orden. Tú ve a la farmacia, que nosotras estamos bien.

Íbamos a cenar tortilla de patata con los padres de Mikel, pero me da que va a estar complicado. Mikel, avisa a tus padres.

Yo escribo a nuestros hermanos y sus parejas. “¡Vais a subir de rango en las próximas horas, estad atentos!” Me preguntan si necesito algo… “compañía. Por favor, venid a estar conmigo un rato, contadme cosas, entretenedme.”

Mientras llegan, me pongo a hacer una pizza, tengo hambre y quiero que haya comida hecha por si acaso. Primero llega Mikel, quiere mostrarse tranquilo, pero intuyo que está nerviosete. “Tranquilo, amor, lo vamos a hacer de puta madre, ya verás.”

Al rato llegan Ander y Zuriñe, osaba eta izeba. Estamos hablando tranquilamente entre contracción y contracción. La pelota no me ayuda, he probado mil posturas y, de momento, la más cómoda es a cuatro patas, con las piernas muy abiertas y meciéndome hacia delante y atrás. Voy a estirar la masa. “Oh, contracción, dadme espacio.” Me tiro al suelo, me balanceo un minuto. “Apunta: intensidad media.” Ahora el tomate, el orégano… ¡contracción! Al suelo, balanceo. Ésta ha sido más jodida, “apunta intensidad fuerte.”

Zuriñe y Ander se van y dejan paso a mi hermana y mi cuñado. Tita Sil y tito Manu. Caras de 50% preocupación, 50% expectación. “Tranquila, miña irmá, estoy bien. Estamos bien.” Las contracciones van a más. Los tíos están un rato, pero nos dejan tranquilos cuando ven que van a peor. Tito Manu se despide haciendo telepatía con su sobrina a través de la barriga, por última vez.

20:50. Las contracciones ya son cortas y bastante intensas, pero estamos tranquilos. Vamos a intentar cenar algo.

21:49. Marido escribe a Magale; ya no estamos tan tranquilamente. Y yo marcando las primeras contracciones como fuertes… qué ilusa. Ya no sé cómo ponerme, a cuatro patas ya no me alivia. Durante la contracción sudo un montón, el calor es insoportable, pero en cuanto acaba me quedo helada, tiritando de frío. Me quito la bata, me la pongo, me la quito…

22:30 llegan Bakartxo y María. Estoy tirada en la alfombra de la sala, hecha un ovillo, entre el sofá y el baúl. Justo tengo una contracción, tengo que parecer la niña del exorcista dando vueltas en el suelo y agarrándome a lo primero que pillo.

Me calman, comprueban mi pulso, mi tensión, el pulso de Inés. Todo está bien. Me proponen darme una ducha calentita así que me meto en la bañera. La luz tenue, me siento en la bañera, la ducha en la espalda y Mikel a mi lado. Durante las contracciones no sé qué hacer; si me estiro, mal. Si me encojo, mal. Pruebo a ponerme el chorro de agua calentita en la barriga cuando viene la contracción y sí, joder, esto es más llevadero. No es la panacea… pero qué bueno ese calorcito.

No sé cuánto tiempo estoy en la bañera, empiezo a tener la sensación de estar drogada. Me veo desde fuera, como si no estuviera en mi cuerpo, pero siento el dolor más que nunca. Salgo de ahí, me voy a la cama. Esto va bastante rápido, o eso dicen Bakartxo y María. Me subo a la cama casi gateando, a cuatro patas. Estoy gritando y no me reconozco. Nunca había escuchado ese sonido salir de mí. Nunca había estado tan fuera y tan dentro de mí al mismo tiempo. Me gustaría estar calmada, pero no lo puedo controlar. Necesito gritar, sacar el dolor por la garganta, de algún modo. Acaba una contracción, empieza la siguiente. Joder, necesito un minuto de descanso, por favor. ¿Dónde está el botón de pausa?

Oigo la voz suave de Bakartxo decirme «lo estás haciendo super bien». Ya… eso se lo decís a todas. No me engañéis, lo estoy haciendo fatal, yo no sé hacer esto. No puedo hacerlo.

Mikel me anima, me abraza, me besa: «amor, lo estás haciendo muy bien, de verdad». No le digo nada, no tengo voz, solo puedo gritar. Pero pienso; ¿tú qué sabrás? Solo me dices eso porque Bakartxo y María me lo están diciendo. Pobre… menos mal que no oye mis pensamientos, sé que se siente impotente, lo hemos hablado antes del parto. Siempre ha comentado que le daba miedo no saber qué hacer. Tranquilo, amor, lo haces perfecto. Si no estuvieses aquí, hubiese claudicado hace un buen rato.

No aguanto a cuatro patas, tengo las piernas reventadas, necesito tumbarme. Necesito un descanso, pero Inés no está por la labor. Quiere conocer este mundo y quiere hacerlo ya. Bakartxo y María me animan a empujar en cada contracción. Es horrible, no soporto este dolor, qué bien le viene el nombre de «parto». Me estoy partiendo en dos, no lo soporto más. Los músculos de las piernas se me contraen todo el tiempo, como esa sensación cuando se te sube la bola, pero en toda la pierna, en las dos a la vez. Necesito estirar las piernas, pero Inés está saliendo, no puedo.

La noto salir, noto una presión terrible en la cadera, quema mucho, empujo y empieza a verse la cabeza, pero vuelve a meterse dentro. «Se está metiendo? Qué hija de perra…» Mira, es mi hija y la estoy pariendo, tengo derecho a insultarla esta vez.

Vuelvo a empujar, empieza a salir la cabeza y Bakartxo me pide que sople: «Sopla, sopla, sopla…» y ¡plas! sale su cabecita entera. Una contracción más y cae ella sola suavemente sobre la cama.

«Decidme que ya ha acabado, por favor».

Mikel se emociona, «¡ya está!». La oigo llorar, solo dos gemiditos y María me la pone sobre el pecho. Alucino, esto lo he hecho yo. He fabricado una personita. Está aquí, apenas llora, está tranquila.

Miro la hora: 1:25. ¿De qué día? Tengo la sensación de que han pasado mil horas.

Solo falta la placenta. Tengo la vejiga tan llena y soy tan incapaz de hacer pis, que necesito la ayuda de una sonda. Es un alivio, la verdad. Sentir cómo se vacía la vejiga y cómo sale la placenta. Es totalmente liberador, cero presión, cero molestia, una sensación super calmante.

Veo las caras de Bakartxo y María. ¿Es preocupación? Por lo visto, la hemorragia no para. Pero yo estoy sorprendentemente tranquila. Ha pasado un huracán por mi habitación, me ha arrasado, me ha dejado una niña preciosa y se ha marchado. Pero yo estoy en paz. No hay nervios, no hay preocupación. «Si tenemos que subir al hospital, vamos, no os preocupéis, no es un fracaso». Pero probamos una última cosa; hay que vaciar la vejiga del todo. Intento ponerme de pie para ir al baño, pero… nope. Me mareo, así que me vuelvo a tumbar. La última opción: una nueva sonda. Y funciona perfecto; en cuanto se acaba de vaciar la vejiga vuelven las contracciones y para la hemorragia.

Bakartxo y María recogen, Mikel les ayuda. Yo no dejo de mirar a Inés, enganchada a la teta. Una glotonita.

Son las 4:30. Se van y nos dejan solos, a los tres. Esta familia recién estrenada. Ahora solo queda conocernos, cuidarnos, descansar. Pero yo no tengo sueño, ver a Mikel dormido abrazado a Inés es todo lo que necesito.

29 de septiembre. Cumplirá años el mismo mes que la ama, el día del santo del aita. No podías haber elegido mejor día, miña pequerrechiña.